martes, 22 de mayo de 2012

Antropología

antropología UNaF

ANTROPOLOGÍA



Antropología
La antropología: es el estudio de la humanidad, de los pueblos antiguos y modernos y su estilo de vida. Sus cinco ramas principales se centran en distintos aspectos de la experiencia humana: son la antropología social o cultural, la lingüística antropológica, la antropología física o biológica, la arqueología y la antropología aplicada (Givens y Skomal, 1993). Su enfoque distintivo radica en su perspectiva global, comparativa y multidimensional, los antropólogos nunca fundamentan sus descubrimientos en el estudio de una sola población, raza, tribu, clase, nación, tiempo o lugar. Los antropólogos insisten, ante todo, en que se contrasten las conclusiones extraídas del estudio de un grupo humano o de una determinada civilización con datos provenientes de otros grupos o civilizaciones. De esta manera, los antropólogos aspiran a dominar los perjuicios de su propio sexo, clase, raza, religión, nación, grupo étnico o cultura. Desde la perspectiva antropológica, todos los pueblos y culturas son igualmente merecedores de estudio.
Los antropólogos creen que la única manera de alcanzar un conocimiento profundo de la humanidad consiste en estudiar tanto las tierras lejanas como las próximas, tanto las épocas remotas como las actuales. Y adoptando esa visión amplia de la totalidad de la experiencia humana, quizá logremos arrancarnos las anteojeras que nos imponen nuestros estilos de vida locales para ver al ser humano tal como realmente es.
Debido a su perspectiva biológica, arqueológica, lingüística, cultural, comparativa y global, la antropología puede dar respuesta a muchas preguntas fundamentales. Puede contribuir al entendimiento del significado de nuestra herencia animal y, por lo tanto, a la definición de lo que es característicamente humano en nuestra naturaleza. Está estratégicamente equipada para estudiar la importancia cultural y biológica de la raza en la evolución de las culturas y en la conducción en la vida contemporánea. Y también posee la clave para comprender los orígenes de la desigualdad social en forma de racismo, sexismo, explotación, pobreza y subdesarrollo internacional. Por todo ello, la antropología puede contribuir en gran medida a nuestra comprensión de los principales temas que dividen a la sociedad contemporánea y ponen en peligro la paz mundial.
El enfoque combinado de los cinco campos se llama antropología general.

Antropología Cultural (social): se ocupa de la descripción y análisis de las culturas (tradiciones del pasado y del presente)
  • Etnografía: describe las culturas contemporáneas.
  • Antropología médica: estudia los factores biológicos y culturales en la salud, la enfermedad y el tratamiento de la enfermedad*.
  • Antropología urbana: estudia la vida en la ciudad, las bandas, el abuso de drogas*.
  • Antropología de desarrollo: estudia las causas del subdesarrollo y el desarrollo entre las naciones menos desarrolladas*.

Arqueología: la arqueología estudia los restos materiales que dejan las culturas del pasado sobre o debajo de la superficie de la tierra. Es útil cuando los pueblos no han dejado registros escritos de ningún tipo.
  • Arqueología histórica: estudia las culturas del pasado reciente mediante una combinación de registros escritos y excavaciones arqueológicas.
  • Arqueología industrial: Arqueología histórica que se centra en las fábricas e instalaciones industriales.
  • Arqueología de compromiso: orienta las investigaciones arqueológicas hacia declaraciones de impacto en el medio ambiente y hacia la implantación de emplazamientos históricos y prehistóricos*.

Antropología física o biológica: asocia los demás campos antropológicos en el estudio de los orígenes animales y la naturaleza biológicamente determinada del homo sapiens. Estudio de restos fósiles de especies antiguas similares a la especie humana, variaciones hereditarias, de cultura y medio ambiente.
  • Primatología: estudia la vida social y biológica de los monos, grandes simios y demás primates.
  • Paleontología humana: búsqueda y estudio de los restos fósiles de las especies humanas primitivas y sus antepasados.
  • Antropología forense: identifica las víctimas de asesinatos y accidentes. Establece la identidad de los criminales*.
  • Genética de la población: estudia las diferencias hereditarias de las poblaciones humanas.

Antropología Lingüística: es el estudio de la gran diversidad de lenguas habladas por seres humanos; intenta reconstruir la historia o evolución de éstas lenguas y de familias lingüísticas enteras.
  • Lingüística histórica: reconstruye los orígenes de lenguas específicas y de familias de lenguas.
  • Lingüística descriptiva: estudia la gramática y la sintaxis de las lenguas.
  • Socio lingüística: estudia el uso real de la lengua en la conducta comunicativa de la vida cotidiana.

Antropología Aplicada: utiliza los descubrimientos de los estudios culturales, arqueológicos, lingüísticos y biológicos para resolver los problemas prácticos que afectan a la salud, la educación, la seguridad y la prosperidad de los seres humanos en los más diversos marcos culturales.
*Las especialidades marcadas con asterisco tiene un enfoque marcadamente aplicado..

La Biología, la Genética y la Evolución

En su amplio sentido, el término “evolución” designa el cambio que se produce al pasar de formas o estructuras antiguas a otras nuevas.
La evolución orgánica es una consecuencia de la interacción de procesos reproductores y evolutivos:
Los procesos reproductivos dependen de la replicación de la información genética codificada en las moléculas de ADN que están en los cromosomas. En los organismos humanos, y en otros dotados de reproducción sexual, cromosomas y genes se mezclan aleatoriamente conforme a las leyes de distribución independiente (los genes de cromosomas no homólogos se heredan por separado) y de segregación (los alelos paternos y maternos en cromátidas homólogas se separan unos de otros durante la meiosis terminando en células sexuales diferentes). El conjunto real de genes en los cromosomas de un organismo constituye su genotipo; el fenotipo –su manifestación externa- es consecuencia de la supresión de los alelos recesivos y de la interacción del genotipo con el medio ambiente.
La evolución biológica se inicia con cambios en la frecuencia de genes hallados en una determinada población. Cinco grandes fuerzas explican los cambios en la frecuencia genética:
  • Deriva de genes: los cambios evolutivos producidos por el factor al azar se denominan deriva de gases. Las proporciones de genes en cada generación pueden diferir simplemente como consecuencia del azar. La frecuencia de los alelos que predicen las leyes de la segregación y asignación independiente supone la existencia de grandes poblaciones. Si la población es muy pequeña, puede que no se dé el número de apareamientos suficientes como para que puedan ser efectivas estas leyes. Supongamos, por ejemplo, que en una población aislada solo un individuo de una población total de cien porta un alelo para el cabello rizado. Por aza, podría ocurrir que este individuo muriera sin hijos o que ninguno de sus hijos o hijas heredara el alelo para el cabello rizado. En consecuencia, podrían desaparecer los individuos de este alelo en esta población. Otro tipo de deriva (conocida como efecto derrumbamiento) puede producirse cuando una pequeña parte de la población emigra y se lleva a su nueva residencia un pool de genes que no es representativo del grupo original. Por ejemplo, uno de estos emigrantes puede ser portador del gen recesivo de una rara enfermedad ocular. Tras llegar a una isla anteriormente deshabitada puede tener una descendencia numerosa, elevando en consecuencia la frecuencia del alelo a un alto nivel.
  • Flujo de Genes: cuando las poblaciones emigran, suelen mezclarse con las poblaciones con las que se encuentran, y se dice que sus genes “fluyen” de un pool génico a otro. Como resultado de este flujo, el pool génico del Brasil moderno, por ejemplo, está constituido por genes de individuos procedentes de muchas regiones diferentes y que se casaron unos con otros. Para distinguir entre la deriva y el flujo de genes conviene recordar que, en el flujo, la alteración de la frecuencia genética resulta de la introducción de genes que anteriormente que antes no se encontraban presentes en la población o poblaciones inmigrantes, mientras que en la deriva, acontecimientos accidentales transforman frecuencias genéticas ya existentes en determinada población.
  • Mutación: estas son alteraciones o errores en la secuencia o estructura de las moléculas de ADN que producen nuevos alelos o cromosomas. Muchos factores físicos y químicos pueden intervenir en la no replicación de un gen o de un cromosoma entero. La radiación, por ejemplo, es una causa bien conocida de mutación en muchas especies. En condiciones normales, las mutaciones, pueden producirse desde un máximo de una vez cada 20.000 duplicaciones hasta un mínimo de una vez cada 10 millones de duplicaciones. Unos índices de mutación altos tenderán a alterar la composición de pool genético. Sea cual sea su índice de aparición, sin embargo, las mutaciones, si son ventajosas, pueden constituir la materia prima para un extenso cambio evolutivo. En último término, las mutaciones son el origen de toda variación genética.
  • Selección natural: la fuerza más poderosa para el cambio evolutivo proviene de la eficacia biológica [finess] variable de genes y alelos. La eficacia biológica se refiere pura y simplemente al número de descendientes que sobreviven, asociados a los alelos en un locus (lugar) concreto. Los alelos relacionados con una eficiencia biológica más alta aumentarán su frecuencia a expensas de los alelos de menor eficacia. El proceso por el que los genes con un alto grado de eficiencia biológica reemplazan a los genes de baja eficiencia se denomina selección natural. Por medio de ésta los organismos se adaptan a las necesidades y oportunidades presentes en su medio ambiente. Una característica adaptativa es aquella que confiere niveles relativamente altos de eficacia biológica. Es importante recordar que no ay un nivel fijo absoluto de eficacia biológica que garantice la perpetuación de una especie. La esencia de la evolución orgánica es su oportunismo.
  • Selección sexual: dentro de los animales que se reproducen sexualmente, la competencia entre uno de los sexos por el acceso a la pareja puede provocar la selección de ciertos rasgos que faciliten dicho acceso. Entre los ejemplos bien conocidos se encuentra la cornamenta de los ciervos, el plumaje llamativo de los pájaros macho, los elaborados rituales de apareamiento de los peces espinosos y el comportamiento agresivo y gran tamaño de los machos de morsa. Los antropólogos físicos difieren entre respecto a la distinción entre selección natural y selección sexual. Aunque la consecuencia inmediata de la selección sexual es un acceso preferente a la pareja, el efecto indirecto es el éxito reproductivo preferente.

De éstas, la selección natural es la más poderosa puesto que explica la adaptabilidad de las especies. La gradación filética y el equilibrio interrumpido son puntos de vista alternativos sobre el ritmo de la especiación. Ambos se adaptan al punto de vista darwiniano de que la formación de las especies es el resultado de procesos naturales.
Las teorías del creacionismo científico no son alternativas aceptables al evolucionismo. O bien son incontrastables o bien se hallan contradichas por la evidencia disponible. Por el contrario, las teorías evolucionistas han sido rigurosamente contrastadas y resultan compatibles con los datos. Si el creacionismo se presentara como una creencia religiosa incomprobable, no habría disputa alguna entre creacionismo y evolucionismo. Pero los científicos están obligados a criticar el creacionismo si éste se presenta como una teoría científica alternativa.

Genealogía y naturaleza humana

Los biólogos clasifican con denominaciones latinas los organismos sirviéndose de un conjunto estandarizados de categorías cada vez más inclusivas, que ascienden desde la especie hasta el reino. Los diferentes tipos de organismos dentro de cada categoría se denominan taxones. El objetivo de esta categorización consiste en agrupar a todos los organismos que poseen un antepasado común en el mismo taxón. Así, pues, si uno está interesado en la cuestión de que es la naturaleza humana, parte de la respuesta radica, sin duda, en conocer los taxones a los que pertenecen nuestros antepasados. Todos estos taxones han aportado algo a la naturaleza humana.
Categoría y taxones de la genealogía humana:
reino animalia animales
filo Chordata Animales con notocordio
subfilo vertebrata Animales con espina dorsal
superclase tetrápoda 4 pies
clase mammalia Con pelaje y glándulas mamarias
subclase theria Conciben crías fetales
infraclase Eutheria Alimentan al feto en el útero
orden primate Primates
suborden anthropoidea Monos, simios y humanos
superfamilia hominoidea Simios y humanos
familia hominidae Humanos y antepasados inmediatos
género homo Miembros actuales y extintos de la especie humana
especie sapiens Humano moderno
subespecie Sapiens sapiens Humanos contemporáneos

Los seres humanos son animales: organismos móviles y pluricelulares que obtienen energía de la ingestión de otros organismos. Los animales son radicalmente diferentes de los miembros de otros reinos, como el de las plantas, el de las bacterias, el de las criaturas unicelulares y el de los hongos.
También pertenecemos al filo de los cordados, cuyos miembros poseen: un notocordio (una estructura en forma de bastón que proporciona soporte interno al cuerpo), bolsas branquiales (aberturas laterales en la garganta), una cuerda nerviosa que termina en el cerebro (mostramos los dos primeros rasgos cuando somos embriones). Los cordados contrastan radicalmente con unos veinticuatro filos diferentes de animales, como las esponjas, las medusas, los platelmintos, los arácnidos, los moluscos, y los artrópodos (insectos, crustáceos, miriápodos, arácnidos).
Asimismo, los seres humanos son vertebrados, que se singularizan de otros subfilos de los cordados merced a dos rasgos: en todos los vertebrados adultos el notocordio está rodeado o se halla sustituido por una columna de discos cartilaginosos y óseos (las vertebras), el cerebro está encerrado dentro de una cubierta ósea (cráneo).
Dentro de los vertebrados pertenecemos a la superclase de los tetrapodos, que literalmente significa <de cuatro pies>, diferente a su vez de la superclase de los peces. Los tetrapodos se dividen a su vez en cuatro clases: anfibios, reptiles, aves, mamíferos. Nuestra clase, los mamíferos, se distingue de las otras por: glándulas mamarias que secretan leche, pelaje, dientes incisivos, caninos y molares para cortar, desgarrar y triturar respectivamente. Además, los mamíferos comparten con las aves la capacidad de mantener sus cuerpos a una temperatura constante.
Los mamíferos se dividen normalmente en dos subclases: los terios, mamíferos como nosotros que no ponen huevos, y los prototerios (también denominados monotremos), que ponen huevos, de los que el equidna y el ornitorrinco son los géneros representativos mejor conocidos y los únicos supervivientes.
La subclase de los terios, que no pone huevos, se dividen en dos infraclases vivientes: los metaterios, o marsupiales, y nuestra propia infraclase, los euterios. La característica principal de los euterios es la presencia de la placenta, una singular estructura nutricia y de intercambio de desechos que asegura el desarrollo del feto dentro del cuerpo de la madre. Los metaterios carecen, parcial o totalmente, de estructura placentaria. En cambio, muchos, aunque no todos, tienen una bolsa externa en la que la diminuta cría recién nacida completa su desarrollo fetal.
Nuestra infraclase, los euterios, comprenden dieciséis órdenes, incluyendo, por ejemplo, los insectívoros, carnívoros y roedores. El orden al que pertenecemos nosotros se llama formalmente primates, un taxón que abarca a monos, simios, tarseros, lémures, y otros parientes cercanos. Usaremos el término informal primates para designar este orden.

El orden de los primates:
En comparación con otros órdenes dentro de los mamíferos, los primates poseen:
  1. Manos, pies, dedos y uñas característicos;
  2. Extremidades especializadas;
  3. Agudeza visual;
  4. Una reducida de pendencia del sentido del olfato;
  5. Reducido número de crías por parto;
  6. Prolongados periodos de gestación e infancia;
  7. Conducta social compleja;
  8. Cerebros de gran tamaño

Los primates y la vida en los árboles:
La mayoría de los primates fósiles y vivos se encuentran en hábitats forestales tropicales. Algunas de las características que distinguen a los primates de otros mamíferos probablemente fueron seleccionadas por sus ventajas para el tipo de vida arbóreo –habitación o morada arbórea- de estos bosques: manos y pies prensiles para subir por los troncos y ramas; extremidades delanteras para explorar entre las hojas, recoger frutos y bayas y capturar y coger pequeños insectos y reptiles; visión aguda como compensación por no seguir las pistas olfativas de rama en rama o de árbol en árbol, y reducido número de crías por parto, como adaptación a las dificultades y peligros que representa, tanto como para la madre como para las crías, llevar una camada agarrada a ella mientas corre y da grandes saltos por encima del suelo. Es interesante señalar que la aparición de los primates en el registro fósil se corresponde con el de las plantas y árboles angiospermos, caracterizados por la producción de semillas, frutos secos, bayas y frutas, a diferencia de la vegetación tropical anterior.
Pero la vida en los árboles no basta por sí misma para explicar las fases tempranas del a evolución de los primates. Las ardillas, por ejemplo, tienen garras y extremidades no prensiles y carecen de visión estereoscópica, a pesar de ser expertos acróbatas aéreos. Parece probable que las funciones de asimiento de las manos y los pies se desarrollaron en primer lugar para facilitar la cautela y los movimientos bien controlados para perseguir pequeños animales e insectos entre las ramas y hojas bajas. La visión estereoscópica de los primates recuerda a la de los felinos y aves depredadoras, que también se desarrollan en relación con su captura de pequeños animales e insectos.
Parece seguro que alguno de nuestros antepasados más remotos vivieron en los árboles. Pero, como en el caso de muchas otras especies de primates, nuestros ancestros llegaron a tener una vida terrestre –vivida en tierra- en algún momento del pasado.


El suborden de los antropoides frente al suborden de los prosimios

El orden de los primates comprende dos subórdenes: antropoides y prosimios. Los monos, los grandes simios y los seres humanos pertenecen al primero de estos subgrupos. El de los prosimios se halla integrado por lémures, tarsios, loris y gálagos. Estos primates nuestros menos conocidos se encuentran en África, Madagascar, Indiana y sudeste asiático.
A los antropoides se les denomina a veces <primates superiores>. Tienen cajas craneanas relativamente grandes y redondas, caras más planas y labios superiores e inferiores separados de las encías. Esta última característica es importante para producir expresiones faciales, ayuda a la comunicación de sentimientos e intenciones.


Las superfamilias de los antropoides

El suborden de los antropoides se compone de tres superfamilias: los ceboides, o monos del Nuevo Mundo; los cercopitecoides, o monos del Viejo Mundo; los hominoides, que comprenden todas las especies fósiles y contemporáneas de simios y seres humanos. Los monos del Viejo Mundo y del Nuevo Mundo tienen diferentes estructuras dentales que indican una antigua divergencia del tronco primate o prosimio común. Los monos del Viejo Mundo tienen la fórmula dental 2.1.2.3. Estas cifras designan, de izquierda a derecha, el número de incisivos, caninos, premolares y molares en cada cuadrante del maxilar. El número total de dientes viene dado por el número de dientes de cada cuadrante multiplicado por cuatro. Por otra parte todos los antropoides del Nuevo Mundo tienen estructuras del tipo 2.1.3.3. o 2.1.3.2. si le han salido las muelas del juicio descubrirán por sí mismos que los humanos compartimos con los monos del Viejo Mundo y con los simios una estructura del tipo 2.1.2.3.


Características de los hominoides

Los hominoides están formados por simios y hombres. Hay dos familias de simios vivientes: los hilobátidos, que están formados por siamangs y gibones (los pequeños simios), y los póngidos, que están formados por chimpancés, gorilas y orangutanes (los grandes simios).
En general, los hominoides son más grandes que los demás antropoides y han desarrollado posturas y modos de locomoción que los distinguen. A diferencia de la mayoría de los monos, tres de los hominoides actuales –el Homo Sapiens, el gibón y el siamang- rara vez se desplazan sobre sus cuatro patas.
El gibón y el siamang son ante todo braquiadores que se balancean de rama en rama con las patas encogidas contra su cuerpo, propulsados a través de graciosos movimientos que realizan con sus brazos, extraordinariamente largos y fuertes.
Aunque el chimpancé, el gorila y el orangután también tienen brazos largos, los individuos adultos, son demasiado grandes y pesados para braquear con energía. Los machos adultos del gibón apenas pesan 12 kilos. Por el contrario, los machos adultos del chimpancé llegan a pesar 45 kilos, los orangutanes 90 y los gorilas maduros hasta 225 kilos. Sin embargo, todos los homínidos son buenos trepadores, con excepción de los humanos, y sacan partido de sus largos brazos cuando practican la alimentación en suspensión: se suspenden con la ayuda de los brazos y los pies prensiles, estirándose para alcanzar sabrosos bocados de rama que no podrían aguantar su peso.
Además, los grandes simios han desarrollado formas especiales de andar en el suelo, destacando, en este sentido, el chimpancé y el gorila, que pasan sobre él la mayor parte de sus días. En esto se parecen a los monos que viven permanentemente en el suelo, como los babuinos. Pero mientras que los babuinos mantienen su forma de andar cuadrúpeda caminando sobre las palmas de las manos, los gorilas y los chimpancés andan sobre los nudillos; sus largas extremidades delanteras se unen en el codo formando una línea recta rígida, y su peso hacia adelante descansa sobre los nudillos.
Las hembras de los orangutanes apenas descienden al suelo, pero los machos caminan apoyándose sobre los laterales de sus nudillos durante sus frecuentes descensos.
Además de brazos largos y dedos prensiles, todos los póngidos vivos poseen rasgos anatómicos relacionados probablemente con la braquiación, en especial una articulación característica de la clavícula, la espátula y el húmero, así como una cavidad pectoral orientada de forma vertical.
Los humanos poseen el mismo sistema de articulaciones, lo que otorga facilidad a la idea de que tuviéramos antepasados braquiadores. En nuestro caso, sin embargo, la capacidad de braquiación fue casi totalmente abandonada a favor del bipedismo. Esto ha llevado al alargamiento de nuestras piernas hasta un punto que no conoce paragón entre los hominoides.
Hay que añadir tal vez que los hominoides son probablemente más inteligentes que los demás primates, como sugieren los recientes experimentos con la enseñanza de formas de comunicación a gorilas y chimpancés.


El ADN y el antepasado común de los simios y humanos

En los últimos años se han desarrollado varios métodos basados en análisis bioquímicos para medir el grado de parentesco entre especies vivas. Dichas diferencias pueden medirse directamente analizando la secuencia de bases de su ADN. Todas las pruebas bioquímicas empleadas conducen a una misma conclusión: entre los antropoides, las secuencias entre los pares de bases de gorilas y chimpancés son las más parecidas a las secuencias correlativas del ADN humano. Sin embargo, la pregunta de si es el gorila o el chimpancé quien es genéticamente más parecido a los humanos permanece sin resolver. En cualquier caso, la diferencia entre el ADN humano y el de sus dos parientes más próximos entre los grandes simios viene a ser la misma que la existente entre el ADN de un gato doméstico y el de un león.
Distancias genéticas mucho más grandes separan al chimpancé y al gorila del orangután y el gibón.


La familia de los hominoides frente a la familia de los póngidos y la de los hilobáticos.

Como acabamos de ver, la superfamilia de los hominoides comprenden tres familias: los hominidae u homínidos, todas las variedades de homínidos, de los que el homo sapiens es el único representante superviviente; los póngidos, todas las variedades, contemporáneas o extintas, de grandes simios, y; los hilobáticos, todos ellos variedades contemporáneas y extintas del gibón y el siamang.
¿Qué distingue a los humanos de los simios? Las diferencia más llamativa entre los homínidos y los póngidos, dejando aparte por el momento rasgos conductuales asociados a la evolución de la cultura, están todas ellas relacionadas con el desarrollo del bipedismo entre los homínidos. Como veremos con más detalles en el próximo capítulo, los homínidos abandonaron la alimentación en suspensión y la braquiación a favor de una vida que transcurría, en su mayor parte, en el suelo y en un hábitat relativamente abierto o del tipo de la sabana. De este cambio básico de hábitat y modo de andar surgieron una serie de adaptaciones anatómicas y conductuales que separaron a los homínidos de los grandes simios. Para comprender quienes somos debemos empezar por el suelo.

  1. El pie: la fuerza de elevación de los músculos de la pantorrilla levanta el hueso del talón. Después, el apalancamiento contra el dedo gordo del pie transmite un impulso hacia adelante y hacia arriba. Los arcos que se extienden desde la parte delantera hacia la trasera y de lado a lado mantiene elástica la acción. El dedo gordo del pie humano, a diferencia del de los póngidos, se alinea con el resto de los dedos y ha perdido prácticamente toda su oponibilidad. Mientras que el pie de los póngidos puede ser utilizado para tocar y asir objetos, el pie de los humanos se ha especializado en estar de pie, andar y correr.

  1. Brazos y manos: la gran ventaja del bipedismo de los homínidos es que deja libre los brazos y las manos para transportar, arrojar y levantar objetos sin que ello le impida permanecer de pie, andar o correr. El gorila, el chimpancé y el orangután dependen de sus brazos para la braquiación o para andar en posición semierecta. Los homínidos son los únicos animales que pueden correr cómodamente largas distancias en el suelo mientras llevan objetos pesados en sus manos. Además, la destreza manual de los homínidos es insuperable; en el gibón y en el orangután, las necesidades de trepar y de braquiación han reducido el tamaño y la destreza del pulgar. El chimpancé y el gorila son bastante diestros, pero nuestro pulgar es mayor, mucho más musculoso y más flexible. La longitud y fuerza del pulgar humano nos permite un asimiento extraordinariamente preciso, fuerte pero delicado. En este asimiento, que es casi un rasgo tan distintivo de la humanidad como el bipedismo y el tamaño del cerebro, ha ayudado en convertirnos en los supremos artesanos del reino animal.

  1. Las extremidades inferiores: en relación con la longitud del tronco, las piernas humanas son las más largas entre los hominoides. La gran pantorrilla de nuestras extremidades inferiores es distintiva; los grandes simios carecen de músculos prominentes de la pantorrilla. Aún es más radicalmente humana la imponente musculatura glútea, que, cuando no nos sentamos sobre ella, proporciona gran parte de la fuerza para caminar cuesta arriba, enderezarse después de agacharse correr y saltar.

  1. El cinturón pélvico: en los mamíferos cuadrúpedos, la pelvis presenta el contorno de un estrecho tubo al que se fijan las extremidades traseras formando casi un ángulo recto. Casi la mitad del peso de un animal que se desplaza a gatas se transmite por la pelvis a las extremidades traseras. Entre los póngidos, las extremidades traseras soportan un porcentaje mayor del peso total del cuerpo. La pelvis del chimpancé, por ejemplo, muestra cierto aplanamiento y robustecimiento debido al incremento de la función de sostener pesos. Pero en los homínidos, la pelvis tiene forma de cuenca, y el centro de gravedad del cuerpo pasa directamente por ella. Esta forma de cuenca de la pelvis humana y de los músculos asociados a ella desempeñan un papel importante para mantener erecta la parte superior del cuerpo.
La conformación de la pelvis humana en forma de cuenca se completa con vértebras que se doblan hacia adentro y ligamentos en la base de la columna vertebral (una cola vestigial) que cierran la parte inferior de la cavidad pélvica. Una importante función de la pelvis consiste en proporcionar acoplamientos a los fuertes músculos que controlan las piernas. La forma de cuenca o anillo de la pelvis humana con sus dos cías a modo de anchas hojas incrementa la fuerza efectiva de toda la musculatura implicada en el bipedismo. Los músculos fijados a estas cías y a otras partes de la pelvis también proporcionan gran parte de la fuerza para mover las extremidades inferiores.

  1. La columna vertebral: para posibilitar la postura erecta, la columna vertebral humana ha desarrollado vértebras extras que forman una singular curva en la región lumbar. Aquí, la columna se encorva hacia delante por encima del centro de la pelvis y, al encontrarse con la pelvis, vuelve en sentido inverso para formar una <hoz> con el mango arriba. Sin esta curva, la gente tendría a desplomarse hacia atrás. Aunque es capaz de soportar 320 kg o más, nuestra columna vertebral está sujeta a un funcionamiento defectuoso. Las fuertes presiones sobre los discos cartilaginosos entre las vértebras producen hernias, alineamientos defectuosos y dolores de espalda específicamente humanos. En su extremo superior la columna vertebral humana se curva hacia delante, después hacia arriba y ligeramente hacia atrás, y se articula con nuestro cráneo en un punto próximo a su centro de gravedad. La vertebras cervicales del hombre carecen de las largas prolongaciones espinosas hacia atrás que sujetan los grandes músculos del cuello del gorila.

  1. El cuello: la cabeza gira en lo alto de la columna vertebral sobre un par de protuberancias óseas situadas en la base de nuestros cráneos. Estas protuberancias se llaman cóndilos occipitales. Entre ellas se encuentra el foramen magnum, el agujero por el cual la columna vertebral se introduce en el cerebro.
En los póngidos la mayor parte del peso de la cabeza se desliza hacia delante de los puntos giratorios. Los fuertes músculos del cuello necesarios para la estabilidad oscurecen totalmente el contorno esquelético de la región cervical del gorila. Los homínidos modernos son diferentes; nuestros cóndilos occipitales están muy próximos a nuestro centro de gravedad de la cabeza. Nuestra cabeza casi se balancea por sí sola en lo alto de la curva cervical; por ello, solo necesitamos en el cuello unos músculos relativamente pequeños; tenemos un cuello distintivamente largo y delgado.

  1. El cráneo: la parte posterior del cráneo a la que se fijan los músculos del cuello se llama el plano de la nuca. Entre los póngidos, esta área es muy grande y se eleva formando un ángulo abrupto con el resto de la cabeza en la cresta de la nuca. En el homo sapiens la cresta de la nuca está ausente, el área del plano de la nuca es más pequeña y su posición se encuentra debajo, en vez de la parte posterior, del cráneo. Esta nueva disposición proporciona un contorno liso, esférico, a la parte posterior del cráneo humano. La redondez continúa en la región frontal y está claramente relacionada con el hecho de que nuestro cerebro sea el más grande y pesado de los cerebros de los primates. Visto desde atrás, nuestro cráneo se distingue por sus escarpadas paredes laterales. Su anchura máxima se alcanza encima, en lugar de por debajo, de los oídos. La cabeza de un gorila es más robusta que la nuestra, pero el espacio disponible en su interior es mucho más pequeño. Gran parte de su cráneo se halla ocupado por gruesos huesos y prominentes crestas, que sirven como acoplamiento para los músculos y como refuerzos estructurales. Esas crestas, también se hallan en algunos homínidos extintos.

  1. La cara y el maxilar superior: entre los póngidos, la cara continúa extendiéndose más allá del plano de la frente. El corrimiento hacia adelante del maxilar superior, lo que da lugar a una forma denominada prognatismo. En cambio, el maxilar superior de los seres humanos actuales es ortognato; se alinea verticalmente con la frente, directamente con la cuenca de los ojos. En los gorilas, hay una gran barra sobre los ojos denominada toro supraorbitario. Esta estructura protege la parte superior de la cara de la enorme presión provocada por los imponentes maxilares y los poderosos músculos masticadores del gorila. Con la excepción de ciertas especies extintas, los homínidos tienen maxilares más pequeños, músculos masticadores menos poderosos y un toro supraorbitario más reducido. La introducción de alimentos cocinados, que no tienen que ser masticados tan vigorosamente como los crudos, puede ser el factor responsable del reducido tamaño y prognatismo de la cara de los homínidos. No obstante, esto supondría que los primeros homínidos controlaban el fuego, algo de lo que existen escasas evidencias. Otra explicación alternativa relaciona el ortognatismo con la expansión de la cavidad craneal y la recolocación de los músculos masticadores.

  1. Maxilares y dientes: nuestro equipo masticador es uno de nuestros rasgos más importantes y distintivos. No basamos en los fragmentos fosilizados de maxilares e incluso de dientes sueltos para trazar la filogenia de los homínidos y distinguir entre taxones de homínidos póngidos. Vistos desde arriba los dientes de los póngidos modernos forman un arco característico en el que las largas hileras en paralelo de molares y premolares se unen en una curva de caninos e incisivos en forma de U. Por contraposición, el arco dental de los homínidos es parabólico o redondeado y está muy comprimido para conformarse a su ortognatismo. Los incisivos y los caninos de los póngidos son grandes en comparación con sus molares e imponentes en comparación con los incisivos y caninos de los homínidos; a diferencia de los póngidos, los incisivos y caninos de los homínidos son más pequeños en sus molares.
Estas diferencias implican adaptaciones alimentarias radicalmente diferentes. El imponente tamaño de los dientes delanteros de los póngidos está probablemente relacionado con el uso de los incisivos y caninos para cortar y desgarrar la cubierta exterior de vegetales leñosos, como el bambú y el apio silvestre, y la cascara dura de los frutos del bosque. Los incisivos y caninos pequeños de los homínidos en relación con sus grandes molares sugieren una dieta diferente, basada en sustancias que los dientes delanteros transforman fácilmente en trozos del tamaño de un bocado pero que después deben ser trituradas y molidas durante bastante tiempo antes de ser ingeridas. La importancia de los dientes para moler y triturar en la adaptación de nuestros antepasados viene sugerida por el modo flexible en que está encajado nuestro maxilar inferior, lo que permite movimientos rotatorios de atrás hacia adelante y de lado a lado cuando masticamos.
Otro rasgo evocador de la pauta de moler y triturar es el brote retardado de los molares en los homínidos, de tal forma que cuando se desgastan los molares delanteros, a causa de moler y triturar plantas terrosas, se sustituyen por molares jóvenes en la parte de atrás. Un aspecto final de esta pauta consiste en que los molares de los homínidos son más altos que anchos o largos. Este es otro rasgo que proporcionaría una ventaja selectiva al resistir el desgaste producido por una acción prolongada de moler.
Otro rasgo importante de la dentición de los homínidos consiste en que nuestros caninos solo sobresalen un poco o nada por encima del nivel de los dientes adyacentes. Por contraposición, los caninos de los póngidos, en especial los caninos superiores, son tan grandes que necesitan espacios en el maxilar inferior para permitir que su boca se cierre herméticamente. Los caninos son especialmente conspicuos entre los machos de los póngidos. Además de desgarrar tallos leñosos y abrir frutos de cascara dura, se usan para amenazar a los depredadores, a las hembras y a los machos más jóvenes. Puesto que no tenemos ni grandes caninos ni otros grandes dientes, nuestros maxilares han perdido la capacidad defensiva u ofensiva para la que sirven en muchos otros animales.
La estructura básica de la dentición de los homínidos no corrobora el estereotipo popular de que nuestros antepasados eran <simios asesinos> sedientos de sangre. De hecho, la verdad parece ser justamente lo contrario. Los seres humanos, desprovistos de caninos, con uñas de los dedos de las manos y en los pies en lugar de garras, somos, aunque parezca extraño, criaturas anatómicamente inofensivas. Desnudos, sin armas ni conocimientos de judo o kárate, nos resultaría prácticamente imposible matar a cualquier animal grande y sano, incluyendo nuestros propios congéneres adultos, aún de igual tamaño. Esto no quiere decir que nuestros antepasados fuesen vegetarianos; al contrario, sin duda eran omnívoros: se alimentan de carne y plantas.


La sexualidad de los homínidos

En todos los primates vivos, la frecuencia del acto copulatorio está estrechamente controlado por el ciclo ovulatorio de la hembra. En el momento de la ovulación, cuando el óvulo maduro está listo para ser fertilizado, las hembras de los primates indican de múltiples maneras que se encuentran en un elevado estado de receptividad sexual denominada estro. Así, pueden indicar hinchazones polícromas en la piel, especialmente en la región anovaginal, emitir olores sexualmente excitantes y exhibir cambios en su conducta, como presentar activamente sus grupas a los machos o hacerse más agresivas. Al menos tres de las especies de los póngidos, los chimpancés, los gibones y los gorilas, muestran inflamaciones anogenitales durante la ovulación. Las muestras más evidentes son las que muestran los chimpancés; las menores, las de los gorilas. La receptividad sexual en los chimpancés se exterioriza mediante una hinchazón de color rosado brillante en la piel anogenital, y durante este periodo se ha llegado a observar hasta a veinte machos copulando con una misma hembra.
Lo que asegura el estro es que cuando un óvulo femenino está listo para ser fertilizado estén allí los espermatozoides para hacerlo.
Aunque el ciclo menstrual de la hembra humana se parece en muchos aspectos al de los póngidos y otros primates, los humanos no poseemos un ciclo de estro. No hay signos externos que nos indiquen el periodo durante el cual los óvulos viables pueden ser fertilizados por el esperma. Este periodo es notablemente corto: el óvulo es fértil durante unas veinticuatro horas aproximadamente, mientras que los espermatozoides pueden vivir en la mucosa uterina durante tres días. La mayoría de las mujeres no se dan cuenta de cuando están ovulando. En lugar del estro los humanos han desarrollado un sistema único para asegurarse que durante el breve intervalo en que el óvulo está listo para ser fertilizado los espermatozoides estén allí para efectuar su trabajo. Este sistema implica mantener a hombres y mujeres sexualmente activos durante un alto porcentaje de días, semanas y meses a lo largo del año. En este sentido, los humanos son animales inusualmente <<sexuales>>.
¿Por qué perdieron nuestros antepasados el estro pasando a depender de una sexualidad extrema como forma de asegurar la presencia de espermatozoides al tiempo de la ovulación? Quizás la explicación sea que la pérdida del estro se seleccionó porque contribuía al desarrollo de fuertes lazos cooperativos entre los varones y las hembras humanas. La satisfacción frecuente de sus mutuas necesidades sexuales suministra la base de la amplitud única con que varones y hembras humanas cooperan en el cuidado y alimentación de sus crías, así como en su cuidado recíproco. Este elevado grado de cooperación asegura a la especie humana una alta tasa de éxito reproductivo no obstante el alto gasto de energía que implica el hecho de que no estén sincronizados los momentos de copulación y ovulación.



La sexualidad de los chimpancés

Entre los primates, el mayor acercamiento a las pautas humanas que utilizan la sexualidad para crear lazos económicos y sociales se ha encontrado entre los chimpancés, y en especial entre los de la especie Pan paniscus, que viven exclusivamente en Zaire. Conocidos como bonobos, la pauta de la sexualidad de esta especie nos puede suministrar un modelo de la pauta que prevaleciera entre los homínidos primitivos.
Aunque los Pan paniscus exteriorizan hinchazones crecientes o decrecientes en la zona anogenital a lo largo del ciclo ovulatorio las hinchazones permanecen visibles el mayor parte de tiempo y existe una alta tasa de actividad sexual que abarca copulas diarias homosexuales y heterosexuales de las hembras a los largo de todos los meses y de todos el año. No sólo son estos chimpancés extraordinariamente sexuales, sino que parece que los machos comparten la comida con las hembras y los adolescentes en mucha mayor medida que cualquier otro primate no humano. Más impresionante es el hecho observado de que las hembras inician la conducta de compartir los alimentos entre sí y con los machos asociándola con la cópula. Este fenómeno otorga fuerza a la hipótesis de que existe un vínculo entre la hipersexualidad y grado de interdependencia social con la evolución de la naturaleza específicamente humana.


Lenguaje y cultura

Muchos animales poseen tradiciones aprendidas que se transmiten de generación en generación y que constituyen una forma rudimentaria de cultura. Los chimpancés fabrican y emplean útiles como consecuencia de este aprendizaje. Sin embargo, sólo entre los homínidos la cultura se ha convertido en una fuente primaria de conducta adaptativa, más importante que la evolución biológica que implica cambios en la frecuencia genética. Seguramente, los homínidos más antiguos, con su capacidad de sostenerse de pie y de caminar erguido y con sus extremidades delanteras completamente libres de la función de locomoción y sostén, fabricaban, transportaban y empleaban con eficacia un repertorio de útiles como medio principal de subsistencia. Los simios, en cambio, sobreviven perfectamente sólo con el inventario más simple de tales útiles. Los homínidos, antiguos y modernos, probablemente han dependido siempre de alguna forma de cultura para su propia existencia. Estrechamente ligada a la capacidad de adaptaciones culturales está la capacidad exclusivamente humana del lenguaje y de sistema de pensamientos dependientes del lenguaje. Aunque otros primates usan complejos sistemas de señales para facilitar la vida social, el lenguaje humano difiere cualitativamente de todos los demás sistemas de comunicación animal. Los rasgos privativos del lenguaje humano provienen indudablemente de adaptaciones genéticas relacionadas con la creciente dependencia de los homínidos primitivos de la cooperación social y de modos de subsistencia culturalmente adquiridos. Las criaturas humanas nacen con un sistema de circuitos neuronales que les permite aprender a hablar de forma tan natural como aprender a andar. Estos circuitos a su vez representan el tipo de instalación mental útil para una criatura que necesita almacenar y transmitir gran cantidad de información nueva a lo largo de su vida.

LOS PRIMEROS HOMÍNIDOS


El camino de la evolución

La vida comenzó, probablemente, hace unos tres o cuatro mil millones de años. Los primeros microorganismos no se fosilizaron y desaparecieron sin dejar huellas, pero una variedad de complejos organismos de cuerpo blando dejó señales en las rocas, que datan de aproximadamente mil millones de años. No fue hasta unos seiscientos crones (millones de años) cuando los animales de cuerpo duro comenzaron a ser abundantes.
El filo de los cordados, el subfilo de los vertebrados y la superclase de los tetrápodos estaban presentes hace unos 400-350 crones. Los mamíferos aparecieron durante la era mesozoica hace unos 225-180 crones. Hubo primates hacia finales de la era Mesozoica o principios del Cenozoico, hace unos 70-60 crones. Durante el Oligoceno, en el lapso comprendido entre 38-25 crones, empezaron a abundar los antropoides. En la época siguiente, el mioceno, los hominoides se habían propagado extensamente. Los primeros homínidos inconfundibles no aparecieron hasta el Plioceno, hace unos cinco a cuatro crones. El género homo apareció en la transición del Plioceno al Pleistoceno y nuestra propia especie, el homo sapiens, a finales del Pleistoceno.
Si el cambio de la evolución se redujera a la escala de un kilómetro, la distancia recorrida desde la aparición de los primeros humanos sería tan solo de unos 50cm.


De los prosimios a los hominoides

Durante el Eoceno los primates experimentaron ciertas radiaciones adaptativas, esto es, la rápida ocupación de nuevos nichos ecológicos con nuevos géneros y especies. Estas radiaciones adaptativas fueron seguidas de amplias extinciones de taxones de prosimios, posiblemente como resultado de la competición con roedores arborícolas y murciélagos y de la aparición de nuevos ancestros de los modernos antropoides.
Otra radiación adaptativa tuvo lugar durante el Oligoceno, cuando los ancestros de los actuales antropoides del Viejo Mundo, simios, monos y humanos, aparecieron por primera vez en el registro fósil (los monos del Nuevo Mundo tuvieron su propia radiación en el Oligoceno). El candidato favorito para ser considerado el primer antropoide del Viejo Mundo es el denominado Catopithecus, un pequeño primate del Oligoceno, comedor de hojas o insectos, encontrado en la región de Fayum, en Egipto, y que se ha datado en la frontera entre el Eoceno y el Oligoceno, hace 37 crones.
En los yacimientos de Fayum se han encontrado varios otros antropoides del Oligoceno, como el Aegyptopitecus, por ejemplo. No obstante, en la actualidad no existen pruebas sobre la existencia de evolución entre los antropoides en el periodo comprendido entre los últimos 20 y 30 millones de años, época de la principal radiación adaptativa de los catarrinos y de la divergencia entre monos y simios.
Durante el primer Mioceno aparecen varios tipos de simios en lugares muy separados del Viejo Mundo (pero ninguno en el Nuevo mundo). Sólo de mediados a finales del Mioceno surgieron simios de grandes cuerpos notablemente parecidos a los hominoides modernos. Uno de éstos es el denominado simio africano, o ramapithecus, que vivió hace unos 14 crones.
Existen pruebas de la existencia de, al menos, otros dos grupos de simios de mediados a fines del Mioceno: los dryopeticinos y los syvapitecinos. Los dryopitecinos (simios del bosque) se hallan principalmente en Europa, mientras que los syvapitecinos (llamados así por el dios hindú Siva) se encontraron tanto en Europa como en Asia. Aunque existen múltiples semejanzas entre los simios del Mioceno y los simios modernos, resulta dudoso que cualquiera de las especies conocidas forme parte de los antepasados de las especies modernas de monos o de los humanos.
Uno de los fósiles de simios más interesantes es el Gigantopithecus, un miembro del grupo de los Sivapithecus, cuyos maxilares, dientes y cuerpos eran casi cuatro veces más grandes que los de un humano actual. Se extendió durante el Plioceno sobreviviendo hasta bien entrado el Pleistoceno, extinguiéndose sólo hace unos 500.000 años.
Los análisis de las secuencias de ADN no pueden aplicarse todavía con total fiabilidad a fósiles cuya antigüedad supere los 50 a 100 mil años, aunque esta limitación puede llegar a superarse en el futuro. Por este motivo, los fósiles conocidos de simios del Mioceno no se pueden situar definitivamente en el árbol genealógico de los modernos hominoides mediante la comparación directa de sus genomas.
Solo el análisis anatómico comparado de la evidencia disponible podrá determinar cuáles de los fósiles existentes pertenecen a los ancestros de los actuales gibones, orangutanes, gorilas, chimpancés y demás homínidos, si es que alguno de ellos lo es. La solución al provocador misterio del origen de los homínoides deberá esperar al hallazgo de nuevos fósiles de simios, en particular de los que vivieran a finales del Mioceno y comienzos del Plioceno. Sin embargo, las lagunas del registro fósil no impiden la utilización de técnicas moleculares para determinar el orden y época en que se ramificaron los ancestros comunes de las especies vivas de simios y humanos.
Sobre la base de los análisis del ADN parece que el antepasado del gibón actual fue el primero en desgajarse de la clase de los homínidos. Según el reloj molecular esto se produjo hace unos 16 a 23 crones, durante la radiación simia del Mioceno. Pero no existe consenso respecto a la identidad de nuestro ancestro fósil. El siguiente en separarse -12 a 17 crones- fue el orangután. Mucho más tarde se separaron el gorila y el chimpancé.


Métodos de datación fósiles:

Carbono 14: el isótopo carbono 14 se desintegra a una velocidad constante en un isótopo de nitrógeno. La razón entre c14 y c12 se reduce a la mitad cada 5730 año. Es decir conociendo la razón entre c14 y c12 se puede determinar el año en que murió el organismo. Puede datar fechas de hasta 40 mil años.

Potasio argón (k10-Ar40): el isótopo de k10 se desintegra en el isótopo de Ar40, reduciéndose a la mitad cada 1310millones de años. A los fósiles hallados por encima o por debajo de las capas fechadas de cenizas volcánicas se les puede asignar, pues, fechas inferiores o superiores. Este método es fiable desde unos 200 mil a varios millones de años.

Datación de huellas de fisión: el isótopo U238deja huelas microscópicas cuando se fisiona una sustancia vítrea asociada a la actividad volcánica. Como el ritmo de fisión es constante hay que conocer la cantidad de U238 que existía originalmente en el espécimen; que se conoce por medio de técnicas que implica un bombardeo de neutrones. Proporción fechas exactas que oscilan entre varios cientos de años y tres mil millones de años

Datación geomagnética: los polos magnéticos cambian su posición de vez en cuando. Estas fechas se calculan por medio de varios métodos de desintegración de isótopos. Los minerales en estratos sedimentarios responden a cambios magnéticos y apuntan a la posición de los polos magnéticos cuando se depositaron y solidificaron.

Termoluminiscencia: los electrones quedan atrapados en las sustancias cristalinas expuestas a la radiación natural de U, Torio y K radiactivo. Mientras más antigua sea la muestra mayor será la cantidad de electrones atrapados, y éstos, al calentarse producen una cantidad proporcional de fotones. Otra forma es la resonancia de giro del electrón, que mide directamente los electrones atrapados. Los mejores resultados se obtienen con dataciones de entre diez mil y doscientos mil años.

La datación genealógica con el reloj molecular: Se ha demostrado que la mayoría de las secuencias de pares de bases del ADN de un organismo no se codifican por caracteres que sean activados por la selección natural. Por el contrario, la mayoría de dichas secuencias son adaptativamente neutrales y se acumulan como consecuencia de la deriva de genes. Se estima que, a lo largo de muchos miles de años, el ritmo de cambio de los pares base no adaptativo permanece más o menos constante.
En consecuencia, cuanto mayor sea la diferencia entre los genomas de dos especies, mayor será el tiempo que ha transcurrido desde que las dos especies se separaron de un antepasado común.
Si se conoce, a través de otras técnicas de datación, cuanto miles de años antes dos especies tenían un antepasado común, y si se conoce también en que porcentaje difieren sus pares base, entonces se puede <ajustar> el reloj molecular de forma que muestre los promedios de cambio por cada mil años.
Para la exactitud del reloj molecular es esencial el supuesto de que el ritmo de acumulación de las mutaciones de pares base neutrales es constante en todas las especies. Sin embargo, este supuesto ha de corregirse para tener en cuenta los distintos ritmos a los que maduran las nuevas generaciones de diferentes especies, puesto que la acumulación de mutaciones de pares base neutrales y extensión mediante deriva a través de una población depende de la tasa de reproducción. Los roedores, por ejemplo, con su periodo generacional tan corto, acumulan los cambios de ADN a un ritmo diez veces más rápido que los humanos.


Adán y Eva

Se han formulado diversas hipótesis para tratar de explicar cómo se desarrolló el proceso evolutivo que llega hasta nosotros. Una de las más sorprendentes reactualiza, por extraño que esto parezca, la vieja leyenda de Adán: ciertos biólogos han asociado el cambio de postura a un accidente genético y, más concretamente, a una modificación brusca a nivel de los cromosomas, estos bastoncillos que confieren los caracteres hereditarios a todos los seres vivos.
Este accidente habría hecho pasar, por ejemplo, el número de cromosomas de 48 (como el caso de los monos) a los 46 que tiene el hombre. Si esta modificación capital se produjo bruscamente en un solo individuo, éste la pudo transmitir a la mitad de sus descendientes. Ése sería Adán. Como que los homínidos tenían una vida más corta que la nuestra, por lo que, seguramente, tenían relaciones sexuales entre los miembros de una misma familia, esta anomalía habría tenido la oportunidad de extenderse rápidamente.
Los hombres, pues, descenderían de una misma pareja, de modo que Adán y Eva habrían existido realmente… por lo menos esta es la tesis que defiende Jean de Grouchy. Pero esta teoría está lejos de ser compartida por todos los investigadores, puesto que se opone diametralmente a las hipótesis generalmente admitidas.
Para la mayoría de los genetistas, la evolución que condujo al hombre siguió las pautas comunes a los demás seres vivos. Todo se desarrolla en función de dos tipos de fenómenos: el primero de estos tipos hace referencia a las variaciones brutales, accidentales, de los caracteres de una especie; es lo que se denominan mutaciones. Enseguida interviene la selección natural, que hace sobrevivir, de manera preferente a los mutantes mejor adaptados al medio.
En esto consiste, esencialmente, la teoría clásica de la evolución. Pero no podemos evitar el sentirnos incómodos por lo que se refiere a su aplicación al hombre. Y es que los biólogos insisten en el hecho de que las mutaciones ocurren por azar. De hecho, no son más que errores en la transmisión de unos u otros caracteres de padres a hijos. Además las mutaciones, por lo general, son contraproducentes. Dan lugar a la aparición de caracteres inútiles; son muy raras las mutaciones que se revelan como beneficiosas para la especie y su supervivencia.


De los hominoides a los primeros homínidos

Los fósiles de los homínidos más antiguos que conocemos son miembros del género de los Australopithecus (simios del sur): se han identificado al menos seis especies de Australopithecus:
A. ramidus
A. anamensis
A. afarensis
A. africanus
A. robustus (también llamado frecuentemente Paranthropus robustus)
A. boisei (a menudo clasificado como Paranthropus boisei)
De manera informal se los conoce a todos como <australopitecinos>.

A. ramidus: (que significa raíz en lengua Afar) fue descubierto en 1994 por Tim White y Alemayehu Asfaw. Vivió en la región etíope del río Aramis hace 4,5 crones, lo que lo convierte en el homínido más antiguo y más primitivos de los descubiertos. Sus restos están formados por multitud de dientes, fragmentos de cráneos, mandíbulas y huesos del brazo correspondientes al menos a 17 individuos. Según sus descubridores, el ramidus se distingue de los chimpancés por la ausencia de caninos prominentes y la posición frontal del foramen magnum asociado a la postura erguida. Pero, en general, las opiniones coinciden en afirmar que el ramidus todavía era adepto a trepar a los árboles y no mantenía una posición completamente erguida. De hecho, los propios descubrimientos del ramidus han llegado a la conclusión de que su aspecto era demasiado similar al de los simios como para poder considerarlo un antepasado de los australopitecinos, por lo que prefieren contemplarlo como un género separado para el que han propuesto el nombre de ardipithecus.

A. anamensis: descubierto en 1994 en las cercanías del lago Turkana en kenia por un equipo dirigido por Meave Leakey y Alan Walker, al anamensis vivió hace alrededor de 3,9 o 4,2 crones (Anam es el nombre turkana equivalente a lago). Al contrario que el ramidus, el hallazgo incluía restos de huesos de ambas piernas y brazos, que permiten afirmar sin duda que el anamensis andaba totalmente erguido, y por lo tanto parece probable que sea el ancestro de la especie de australopitecinos más próxima cronológicamente al A. afarensis, que a su vez fue antepasado del género Homo.

A. afarensis: sus restos más primitivos y abundantes fueron hallados en Laetoli, en Tanzania. También se han hallado en yacimientos de Omo, en el sur de Etiopía; en Koobi Fora, en los alrededores del lago Turkana y en Turkana Occidental, en kenia; así como en la Garganta de Olduvai. No obstante, los primeros hallazgos fueron los encontrados por Don Johanson en Hadar, en la región de Afar del norte de Etiopía.
El afarensis apareció hace unos 3,7 crones, sobreviviendo hasta unos 2,9 crones, momento en que probablemente aparecieron una o dos especies homínidas sucesoras. El más célebre de los restos de afarensis es una pequeña mujer conocida como Lucy. Se ha conservado alrededor de un cuarenta por ciento de su esqueleto incluyendo huesos de la pelvis, los brazos y las piernas. Medía unos 105 cm y pesaba alrededor de 28 kg. Pero otros restos en Hadar y de otros emplazamientos afarensis muestran que los varones afarensis eran unos 45cm más altos y pesaban bastante más. Algunos expertos argumentan, sin embargo, que estos especímenes más grandes no son varones, sino miembros de una especie más robusta.
El análisis de la pelvis y de los huesos de la pierna y de los pies encontrados en Hadar y otros emplazamientos afarensis no deja lugar a dudas acerca de que el afarensis era un homínido bípedo. Además existe la evidencia de una extraordinaria serie de huellas de pisadas que se extiende a lo largo de 22 metros encontrada en Laetoli, Tanzania. Estas pisadas conservadas en cenizas volcánicas datan de unos 3,6 crones. Fueron dejadas por dos o tres homínidos que oscilaban entre 1,20 y 1,50 m de altura, según se determina por la relación entre la longitud de los pies y la longitud de los pasos. Se parecen a las pisadas del hombre moderno en que tienen un talón bien formado, un fuerte arco y una eminencia metatarsiana bien definida, además de un dedo gordo bien alineado que no sobresale lateralmente como el de los simios.
El examen de los huesos del dedo afarensis indica que conservaron muy poco de la capacidad de agarre característicamente de los pies de los póngidos trepadores. Pero, al igual que los póngidos, los afarensis tenían extremidades delanteras muy largas en relación con sus piernas, lo que probablemente los hiciera más aptos para trepar a los árboles que los modernos humanos.
Aunque los pies de los afarensis no se parecen a los de los simios su capacidad craneal era de unos 415 cc, dejando espacio sólo para un cerebro muy pequeño, similar al de los simios. La media correspondiente a los chimpancés y gorilas está entre los 400 y 500 cc, mientras que los modernos humanos oscilan alrededor de los 1.350cc.
En el afarensis, como en los modernos humanos, la cavidad donde la columna vertebral se encuentra con el cráneo, el foramen magnum, está debajo del cráneo e inclinada hacia adelante.
Los dientes del afarensis tienen varios rasgos parecidos a los de los simios primitivos. Los incisivos son más anchos y protuberantes que los de los humanos. Y, aunque los caninos son más pequeños que en los simios, todavía resaltan en aberturas especiales en las filas de dientes. Sin embargo, en su conjunto, los dientes de los afarensis recuerdan a los de los simios del Mioceno más que a los de los simios modernos o los del Homo.

Otros australopitecinos: el A. africanus fue el primero de los australopitecinos descubiertos (1924). Sus hembras tenían una estatura ligeramente superior a la de Lucy y un menor dimorfismo sexual. El africanus vivió en el sur de África en el periodo que va desde hace tres millones de años hasta hace 2,4. Algunos huesos del pie recientemente descubiertos y datados en al menos tres millones de años indica que el gran dedo pulgar conservaba un considerable grado de oponibilidad, lo que sugería que el africanus no estaba totalmente adaptado a la vida en el suelo, aunque esta teoría permanece envuelta en una nube de controversia.
El A. robustus, no obstante lo que su nombre implica, tenía aproximadamente el mismo peso que el afarensis y el africanus. Sin embargo, se diferenciaba de ellos por tener pronunciadas crestas similares a las del chimpancé y rebordes en el cráneo en los que se ligaban grandes músculos para la masticación. Estos rasgos, junto con sus grandes dientes molares, sugieren que se habían adaptado a la alimentación basada en semillas y plantas de tallo duro. El robustus se extendió hasta el sur de áfrica entre 1,86 y 1,62 crones.
El boisei es la especie robusta del este de áfrica. Era aproximadamente del mismo tamaño que el robustus pero sus poderosos músculos maxilares se unían en notables crestas y rebordes óseos como los del gorila. El igual que el robustus, sus fuertes maxilares y sus grandes dientes molares sugieren un modo de vida adaptado a la alimentación a partir de semillas y de plantas de tallo duro. El boisei aparece primero en el registro fósil hace unos 2,0 crones y desaparece hace unos 1,3 crones, lo que lo convierte en el último australopitecino en extinguirse.


El género Homo

La primera especie perteneciente a este género recibe el nombre de Homo habilis, que literalmente significa hombre hábil, en reconocimiento de la presumible asociación entre el Homo habilis y el inicio de la fabricación de útiles de piedra. Se han encontrado restos del habilis en la Garganta de Olduvai, en Tanzania, y en kenia, en Koobi Fora. En Olduvay el H. habilis está representado por un pequeño homínido no mucho mayor que Lucy pero con una capacidad craneal media mucho más grande que la de los australopitecinos (650 cc frente a 415 cc), y un foramen magnum en una posición totalmente moderna.
Aunque parece que la mayoría de los habilis vivieron hace alrededor de dos crones, existe un fragmento de cráneo de uno de ellos encontrado en Chemeron, en las cercanías de lago Baringo, que posee una antigüedad de 2,5 crones.
Anteriormente se creía que hace 2 millones de años el género Homo estaba representado exclusivamente por el Homo habilis, que fabricaba y utilizaba herramientas. Sin embargo, más recientemente ha ganada adeptos la teoría de que hubo una segunda especie, el Homo rudolfensis, que fabricó útiles del mismo tipo en el mismo periodo de tiempo. Una tercera especie de Homo, clasificada por algunos como el primer Homo erectus y por otros como Homo ergaster, apareció hace aproximadamente 1,7 crones y usaba también los mismo útiles. Sobre la base de analogías con el uso de útiles entre los monos y los simios contemporáneos es probable que tanto los australopitecinos como el homo habilis fabricaran y utilizaran algunos tipos de útiles. El descubrimiento de útiles de piedra más antiguos que se conoce cerca del río Gona, en Etiopía, datados de 2,6 crones, refuerza esta hipótesis, ya que en esa época ni el Homo habilis ni el Homo rudolfensis habían aparecido en escena (si no tenemos en cuenta el cuestionable fragmento de Homo habilis fechado en 2,5 crones).
A partir de analogías con los primates modernos, cabe inferir también que tanto los australopitecinos como el Homo disponían de tradiciones sociales o culturales rudimentarias. Sin embargo, el habilis o el rudolfensis, con el gran desarrollo de su capacidad craneal, probablemente había avanzado más que los otros homínidos hacia modos de subsistencia y de visa social basados en pautas culturales, con la consiguiente disminución de la dependencia de patrones de conducta instintivos o genéticamente programados.
También sobre la base de las analogías con los modernos chimpancés podemos suponer que la mayor dependencia de la cultura surgió primariamente de las ventajas que se obtenían de compartir alimentos, especialmente carne, entre varones y hembras, que condujeron al aprovisionamiento común de los niños por los adultos de ambos sexos. Nada hay en el registro fósil que indique que ser un <simio asesino> sea inherente a la naturaleza humana. Antes bien, el rasgo definitorio de nuestra naturaleza es que somos el animal que más depende de tradiciones sociales para su supervivencia y bienestar.
Deberemos esperar investigaciones futuras para conocer con exactitud la cantidad de carne que era consumida, así como para poder saber si era por medio de la caza o de su carroñeo. Del mismo modo, se desconoce si los primeros homínidos operaban desde una base doméstica.
La mayor diferencia entre los primeros homínidos y sus ancestros hominoides se relaciona con la manera bípeda de caminar y de correr. El bipedismo hizo posible que los homínidos incrementaran su confianza en los instrumentos, que los fabricaran mejor, que transportaran útiles, comida y otros objetos a largas distancias, que pudieran escapar corriendo de los depredadores y, en definitiva, que pudieran explotar su hábitat de sabana más eficazmente que sus ancestros habitantes de los bosques.



LOS ORÍGENES DEL HOMO SAPIENS

El Homo erectus:

Sucesor del homo hábilis y del robustus, surgió en áfrica hace unos 1.8 millones de años. Su presencia en Java sobre la misma época no ha sido justificada. Entre hace 1.5 y 1 millón de años el E. erectus llegó a poblargran parte del viejo mundo, incluyendo China y Europa occidental (Georgia), así como África e indonesia. No ha sido detectada su presencia en Europa Occidental. En África y Asia Occidental el Homo erectus se asocia con la cultura del achelense caracterizado por hachas de mano y otros útiles bifaces. La escases de los instrumentos achelenses en China e Indonesia puede ser una consecuencia de la sustitución de la piedra por el bambú como materia prima básica en la manufactura de útiles. También poseía un taño mayor del cerebro en comparación con los anteriores que sugiere una intensa evolución cultural (su volumen craneal oscila entre uno 727 y los 1.067 cc). Hay multitud de pruebas de que el erectus fue un eficiente cazador y consumidor de carroña que poseía cierto grado de control sobre el fuego.
Ha quedado claro que el Homo erectus perduró a lo largo de un millón y medio de años, con escasas modificaciones, si es que las hubo, de su bagaje de útiles achelense o del tamaño de su cerebro. Esto sugiere a los expertos que el tamaño del cerebro del H. erectus puede haber sido seleccionado para una función distinta de un intensificado potencial para la evolución cultural. Una posibilidad es que el tamaño del cerebro aumentara para suministrar redundancias neuronales fiables contra el estrés térmico, capacitando de esta forma al H. erectus para la caza mayor durante el calor diurno. Esta teoría ayuda a explicar la falta de vello espeso en el cuerpo, así como la abundancia de glándulas sudoríparas y otros rasgos dispersores del calor en la fisiología humana.
El H. erectus comenzó a ser reemplazado por las formas arcaicas primitivas (toscas, sin barbillas, pero con un gran cráneo) vagamente conocidas del H. sapiens a lo largo de un periodo de 0,5 a 0,2 crones. En Europa, entre los años 130 mil y 750 mil a.C. a las formas arcaicas del H. sapiens siguieron las subespecies mas robustas, de mayor tamaño cerebral y adaptadas al frío conocidas como neandertalenses, alrededor de cuyas aptitudes lingüísticas, cognitivas y culturales existe una considerable incertidumbre. El neandertal se caracterizó también por enterrar a sus muertos en tumbas de poca profundidad, poniendo los cadáveres en posición fetal, con las piernas apoyadas contra el pecho.
Según la teoría del origen único, el proceso de sapienización, con su selección de rasgos más ligeros, dientes más pequeños, cráneos redondeados y una mayor dependencia de la cultura, se inició en África, quizá en fecha tan temprana como la del 125 mil a.C. Las pruebas aportadas por el ADN mitocondrial apoyan la teoría del origen único. De acuerdo con este punto de vista el moderno H. sapiens se originó en África y emigró a Europa y al resto del Viejo Mundo, reemplazando en todas partes las arcaicas poblaciones locales y regionales preexistentes de H. sapiens. Se trata de un punto de vista opuesto el sostenido por la teoría del origen múltiple, según el cual las poblaciones regionales de primitivos H. sapiens (incluido el neandertal) siguieron un proceso paralelo de sapienización sólo que a ritmos ligeramente diferentes. Un aspecto esencial del debate en torno a los orígenes del moderno H. sapiens estriba en que no existen diferencias significativas entre el bagaje de útiles y otras prácticas culturales del neandertal y las del moderno sapiens, lo que implica que los primeros homo sapiens modernos –anteriores al 40 mil a.C.- no estaban más avanzados que los neandertales en sus aptitudes para el lenguaje y la cultura humanos.
Prescindiendo de los detalles del proceso evolutivo, lo decisivo es que después del 350 mil a.C. sólo quedó una sola especie homínida en todo el mundo: el Homo sapiens sapiens.



LA RAZA, LA VARIACIÓN HUMANA Y LAS FUERZAS DE LA EVOLUCIÓN

Las razas como poblaciones

En las taxonomías biológicas, raza es sinónimo de subespecie: una población geográficamente aislada dentro de una especie que ha tenido poco o ningún flujo de genes con otras poblaciones durante un largo periodo de tiempo y que se encuentra a punto de convertirse en una nueva especie. No existen pruebas de que cualquiera de las grandes subdivisiones del Homo sapiens encuentre dificultades biológicas crecientes para entrecruzarse con otras. Por consiguiente, no existe base para considerar a cualquier subgrupo contemporáneo en el límite de la especiación y, en consecuencia, se podría operara científicamente sin utilizar el término raza para referirse a los grupos humanos. La tentación de alimentar el termino raza se ve, además, reforzada por el manojo de errores conceptuales que se asocian con las taxonomías populares de las razas y que se ejemplifican en términos tales como negro, cobrizo, amarillo y blanco; o negroide, mongoloide y caucásico; o africano, asiático y europeo. De hecho, las discrepancias entre las ideas populares acerca de las razas y los principios científicos modernos de taxonomía y genética son tan grandes que algunos antropólogos quieren eliminar por completo la palabra raza de los manuales de antropología y utilizar, en su lugar, el término población. Una población humana es simplemente cualquier grupo de gente cuyos miembros se cruzan entre sí y que muestran frecuencias genéticas diferentes cuando se comparan con los grupos vecinos de gente.
De cualquier modo, la palabra raza y su significado popular son demasiado importantes como para ignorarlos. La posición que tomo es la expresada por Wenda Trevathan: <Evitar la raza, tratarla como si no existiese como concepto, válido o no, en antropología física, es adoptar la posición del avestruz en el mejor de los casos, una posición no ética en el peor>.


Taxonomías raciales

La definición de raza como una población en la que aparecen uno o más genes con una frecuencia característica contradice las nociones populares sobre las divisiones raciales del moderno Homo sapiens. Según la concesión popular el H. sapiens está dividido en un número pequeño y fijo de grupos raciales cuyos miembros poseen un conjunto de rasgos hereditarios característicos que definen una raza.
Estos rasgos serían inmediatamente perceptibles como rasgos externos. Se piensa que cada raza posee un haz particular de tales rasgos. Así, los caucasoides tienen una alta frecuencia de piel pálida, cabello lacio u ondulado, mucho vello en el cuerpo, nariz de anchura estrecha a media y de estatura de media a alta. Los negroides tendrían piel morena, oscura o negra, pelo rizado, cantidad de pelo corporal media y labios y narices gruesos. Los mongoloides tendrían de piel pálida a morena clara, cabello negro lacio, ojos marrón oscuro con pliegues epicánticos, estatura de media a baja y caras y cuerpos relativamente desprovistos de vello.
El primer problema que plantea este concepto es que los rasgos de estos conjuntos no permanecen juntos en el tiempo y el espacio. Por el contrario, cada rasgo puede ser clasificado independientemente y separado genéticamente estando sometido a las fuerzas evolutivas de la mutación, deriva, flujo genético y selección. En consecuencia, al menos la mitad del mundo exhibe hoy en día paquetes de rasgos raciales con los que no cuentan los estereotipos populares.
Por ejemplo, millones de personas con labios y narices estrechos, y cabello ondulado, pero piel de marrón oscura o negra, viven en el norte de África. Los habitantes nativos del sur de África tienen ojos con el pliegue epicántico, piel de marrón clara o de marrón oscura y cabello en espiral. India tiene millones de personas con cabello lacio u ondulado, piel marrón oscura y labios y narices estrechas. En las estepas de Asia central, los pliegues epicánticos de los ojos se combinan con el cabello ondulado, los ojos claros, vello facial y corporal considerable y la piel pálida. En indonesia se da una alta frecuencia de pliegues epicánticos, piel entre clara y marrón oscura, cabello ondulado y labios y narices gruesos. Entre los habitantes de la isla de Oceanía se encuentran combinaciones variadas de piel de marrón a negra, con formas y cantidades llamativamente distintas de pelo y rasgos faciales. Uno de los más interesantes paquetes de rasgos se da entre los ainu del norte de japón, que tienen piel clara, cresta de las cejas gruesas y están entre las personas con más pelo del mundo. Finalmente, en Australia se encuentra piel de pálida a marrón oscura y cabello ondulado de rubio a marrón.
Lo erróneo de intentar meter a la fuerza todas las poblaciones en un molde de tres o cuatro categorías raciales está bien ilustrado por el sistema de identidad racial empleado corrientemente en Estados Unidos. En la taxonomía popular americana, si un progenitor es negro y el otro blanco, el hijo es negro, a pesar del hecho de que, según las leyes genéticas, la mitad de los genes del hijo son del progenitor negro y la otra mitad del blanco. La práctica de encajar a la fuerza a la gente en casillas raciales se convierte en absurda cuando en la ascendencia negra se reduce a un solo abuelo o bisabuelo. Esto provoca el fenómeno del blanco que es clasificado socialmente como negro. La naturaleza arbitraria de esta práctica se extiende a muchos estudios aparentemente científicos de blancos y negros. La mayoría de los negros americanos han recibido una significativa parte de sus genes de ancestros europeos recientes. Cuando se estudian muestras de los negros americanos, la suposición de que representan genéticamente a los africanos resulta incorrecta. De modo similar, muchos blancos en los Estados Unidos poseen antepasados africanos recientes.
Todos los científicos como los profanos harían bien en imitar a los brasileños, que identifican los tipos raciales no por tres o cuatro términos, sino por 300 o 400.


Antigüedad de las razas

Tradicionalmente se supone que la antigüedad de los grupos raciales se remonta hasta el comienzo de la historia. Sin embargo, debido a las fuerzas evolutivas y a los principios de la variedad independiente y de la segregación genética, puede que el rasgo utilizado para definir a las razas en la actualidad y en el pasado reciente no existieran como tales en épocas más remotas. Nadie sabe que rasgos caracterizaban a las poblaciones de hace 25.000 o más años. Esta incertidumbre es especialmente relevante en lo que se refiere a las partes blandas del cuerpo, color de piel y forma del pelo, ya que estas características no se mantienen en el registro fósil. Las imágenes de tipo raciales de nuestros días no pueden, por lo tanto, proyectarse en poblaciones que vivieron hace desenas de miles de años, ya que nuestros antepasados remotos probablemente eran completamente diferentes y guardaban escasas semejanzas con negroides, caucasoides o mongoloides, tales y como les conocemos hoy en día.


Purasangres

Otro concepto popular erróneo acerca de la raza es que existen individuos o grupos de pura sangre que son más representativos que otros de los rasgos, la esencia o el arquetipo de la raza. Por ejemplo, según la teoría nazi de la raza, los individuos de pelo rizado, labios gruesos y piel oscura residentes en el norte de Europa son considerados menos básicamente nórdicos que aquellos de labios finos, piel y ojos claros. Pero cualquier individuo cuyos genes formen parte del pool genético de una población es miembro de esa población como cualquier otro. Es la frecuencia genética de un grupo, y no el genoma de un individuo en particular, lo que define su estatus como población.
Anteriormente, los antropólogos físicos dividían a los europeos en bálticos, nórdicos, alpinos, dináricos y mediterráneos. Añadiendo subgrupos similares por todo el mundo, se producen clasificaciones que tienen decenas e incluso centenas de razas. Pero dentro de todos estos subgrupos, rasgos como la forma del pelo, el color de la piel y la estatura continúan variando ampliamente. En el siglo XIX, racistas como el conde Gobineau intentaron superar este problema defendiendo que las razas puras existiendo hace mucho tiempo, pero que habían perdido su linaje a través de matrimonios. Sin embargo, no hay razones para pensar que existieran alguna vez poblaciones humanas, grandes o pequeñas, en dicho estado de pureza homogénea. Por el contrario, todas las pruebas disponibles indican que las poblaciones humanas se han caracterizado siempre por la mezcla genética a gran escala con sus vecinos.


Clinas

Las naciones populares imaginan las razas como ocupantes de territorios rígidamente delimitados. Pero, en realidad, los genes responsables de las diferencias en el color de la piel, forma del cabello y otros caracteres utilizados para definir las categorías raciales aparecen con frecuencia gradualmente crecientes o decrecientes de una región a otra. Tales distribuciones se denominan clinas. Por ejemplo, la frecuencia de los genes responsables del color oscuro de la piel crece gradualmente cuando nos desplazamos desde el sur de la Europa mediterránea a lo largo del Nilo o a través del Sahara y hasta África central. No hay rupturas bruscas en punto alguno del recorrido. Asimismo, la incidencia de los pliegues epicánticos aumenta gradualmente desde el oeste al este a través de Asia, mientras que la frecuencia del cabello ondulado se incrementa en dirección opuesta.
Las clinas son el resultado de dos procesos evolutivos: el flujo de genes y la selección. Como resultado de la propagación de genes por las poblaciones adyacentes se puede esperar un cambio gradual en la frecuencia de genes con la distancia. Un patrón similar resultaría si hay una ventaja adaptativa para un gen y si esa ventaja varía con la latitud, longitud o altura. El color de la piel, por ejemplo, tiene un modela clinal desde las latitudes más bajas hasta las más altas relacionadas con la intensidad gradualmente cambiante de los rayos del sol desde las regiones ecuatoriales hasta las árticas.
La existencia de castas de clinas pone en duda la noción de que las razas estén asociadas con territorios fijos y antiguos. El flujo de genes, la mutación y la selección actúan constantemente alternando las frecuencias genéticas y los límites entre las poblaciones. Por consiguiente, no existe un punto de partida en el que todas las razas actuales eran puras y sin mezclas y vivían aisladas en su territorio.


Los grupos sanguíneos y las razas

Se plantea otro problema al definir las razas utilizando el paquete tradicional de rasgos. A medida que se añaden más rasgos al paquete original, especialmente si se trata de rasgos que no son perceptibles externamente, cambian los límites entre las mismas. Esto puede observarse en el caso de los alelos que determinan las propiedades inmunológicas de la sangre y, en consecuencia, el éxito de las transfusiones entre un hombre y otro.
Los grupos de sangre mejor conocidos son los controlados por tres alelos que se denominan A, B y O. Estos alelos dan lugares a cuatro fenotipos: A, B, AB y O. La relación alelos y fenotipos es la siguiente: el O es recesivo y los alelos A y B son dominantes.
Todos los hombres tienen uno de estos cuatro fenotipos de grupo sanguíneo.
El tipo más ampliamente distribuido es el O, que se da en todos los continentes y a través de todas las divisiones raciales. Se produce con una frecuencia del 70 al 80 por ciento en Escocia, África central, Siberia y Australia. Del mismo modo, el tipo A reconoce las barreras raciales: África, India y el sur y el norte de china poseen frecuencias del 10 al 20 por ciento, mientras que Japón, Escocia y la mayor parte de las zonas aborígenes de Australia se encuentran en un intervalo comprendido entre el 20 al 29 por ciento. Los asiáticos poseen frecuencias del tipo B que oscilan entre el 10 y el 30 por ciento; sin embargo, los nativos americanos, cuyos ancestros fueron asiáticos, oscilan entre el 0 y el 5 por ciento, frecuencia que comparten con los aborígenes australianos. Tanto África occidental como el este de Europa muestran el tipo B en frecuencia comprendidas entre el 15 y el 20 por ciento. Cuando aplicamos un criterio racial encontramos que similares distribuciones disconformes son características de otros sistemas de clasificación sanguínea, tales como el NMS y el Rh; sin embargo puede lograrse algún grado de correlación cuando se usa la técnica estadística que se conoce con el nombre de análisis multivariado.


Raza y polimorfismos

Las variaciones en el grupo sanguíneo constituyen un ejemplo de polimorfismo genético, que se produce cuando un gen tiene uno o más alelos. Se estima que hasta un 30 por ciento de los genes humanos son de este tipo. Las ideas tradicionales sobre las razas contribuyen muy poco a la comprensión de por qué se producen estos polimorfismos y por qué se distribuyen de una población a otra.
El fracaso de la idea de los arquetipos raciales para explicar la distribución de polimorfismos como los grupos sanguíneos da cuenta en gran medida del declive del interés pos usar el concepto de raza que han mostrado los antropólogos físicos. En su lugar, han encontrado que es mucho más productivo acercarse al problema de los polimorfismos genéticos desde un punto de vista dinámico evolutivo y estudiar el papel de la selección natural y de otras fuerzas evolutivas en la producción de las variaciones de las frecuencias de genes.
Por ejemplo, se dispone de elementos de juicios que relacionan los grupos sanguíneos ABO con diferentes resistencias a enfermedades capaces de afectar al éxito reproductor, como la viruela, la peste bubónica y el envenenamiento de alimentos por bacterias tóxicas. Por ello, la explicación del polimorfismo del tipo sanguíneo tal vez deba buscarse más en la historia de las exposiciones transitorias de diferentes poblaciones a diferentes enfermedades que en la estirpe racial.


Células falciformes y polimorfismos conexos

Uno de los casos más interesantes de polimorfismos es el de las células responsables de la enfermedad que se conoce por el nombre de anemia de células falciformes. Los glóbulos rojos de las personas aquejadas de este efecto congénito tienen forma de hoz en vez de ser redondos y no son capaces de transportar las cantidades normales de oxígeno. Un individuo cae víctima de este defecto potencialmente letal solo cuando ambos padres son portadores del alelo de la falcemia. Los individuos que han heredado el alelo de uno solo de los padres muestran únicamente síntomas benignos.
Parece que diversos alelos de la falcemia se originaron en África extendiéndose por la región del Mediterráneo y por la India. Otro alelo falcémico de evolución independiente ha sido descubierto en el sudeste de Asia. Todas las zonas en las que estos alelos aparecen destacan por la alta incidencia de la malaria. Se descubrió que, en presencia de los alelos de la falcemia, el parásito de la malaria era incapaz de reproducirse y que los individuos portadores en forma heterocigótica ofrecían una resistencia a la enfermedad mucho mayor que aquellos que eran homocigotos en los glóbulos rojos normales. Mientras que los homocigotos afectados de falcemia solían tener poca salud, los heterocigotos salían adelante. Como los heterocigotos superaban el número de los homocigotos en una relación de 2:1, mientras la malaria sea endémica el alelo de la falcemia nunca desaparecerá. Los alelos permanecen equilibrados, de este modo, constituyen lo que se llama un polimorfismo en equilibrio.
Otra forma similar de polimorfismo equilibrado es la que parece explicar la persistencia de una enfermedad con el nombre de talasemia. Esta enfermedad es una forma de anemia que resulta del deterioro de la capacidad para producir el número adecuado de glóbulos rojos, no de un defecto de las células. En su estado homocigoto, el alelo de la talasemia es con frecuencia fatal; en su estado heterocigoto parece que no tiene efectos nocivos. Como en el caso del alelo de la falcemia, el de la talasemia se encuentra en regiones que están, o han estado recientemente, infectadas de malaria, especialmente en los países que bordean el mar Mediterráneo y el sur de la India.
Probablemente las mutaciones hayan producido miles de anomalías en los glóbulos rojos, la mayor parte de los cuales son ineficaces contra la malaria. Unas pocas, sin embargo, demostraron ser eficaces contra la malaria y fueron reiteradamente adoptadas por la selección natural.


La nariz y la configuración corporal

Se han estudiado distribuciones de los rasgos asociados con las principales razas según su posible valor adaptativo. Los resultados distan de ser concluyentes, pero algunas interesantes sugerencias permiten relacionar ciertos rasgos con la temperatura, la humedad y otros factores climatológicos. Por ejemplo, la nariz larga de los europeos puede haber sido el resultado de la necesidad de elevar el aire frío y húmedo a la temperatura corporal, antes de que alcance los pulmones. La forma redondeada y rechoncha que se da en general entre los esquimales puede contemplarse en general como otro tipo de adaptación al frío. La forma esférica representa el máximo de masa corporal con el mínimo de superficie, lo que pone en relación un máximo de producción de calor con un máximo de conservación de éste. Por otra parte, una forma corporal alta y delgada combina el mínimo de masa corporal con el máximo de superficie, maximizando de ese modo la pérdida de calor. Estas consideraciones pueden explicar la altura y delgadez de los africanos nilóticos, que habitan regiones donde se da un calor seco e intenso.

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